viernes, enero 28, 2005

En un bosque encantado...

Era ella un ser divino que había sido arrojada del Olimpo. Era él un príncipe de un reino olvidado cuya princesa le había abandonado. En un bosque encantado coincidieron un día. Se encontraba ella, acompañada por las Horas: Talo (tallo), Auxo (raíz - crecer) y Carpo (fruto); por las Gracias: Áglae(belleza), Eufrosine (hechizo), Talía (alegría); por algunas Musas: Euterpe (música), Terpsícore (danza) y Erato (poesía lírica); por Dionisios y por Apolo. Aquello era una gran fiesta, risa, alegría, baile y canto abundaban allí.

Él la vio. Ella lo vio. Y lo invitó a la fiesta; él al comienzo pareció receloso: “quizá no me quede mucho tiempo”, “tal vez no disfrutarás de la fiesta si estoy ahí”; pero se dejó llevar por todo aquel júbilo que ella irradiaba; también ella sintió un poco de temor, pero su corazón de niña hizo el miedo a un lado; lo trajo a la fiesta. Danzó con él, lo cubrió de flores, lo bañó con aceites perfumados…lo amó, le entregó toda su dulzura y alegría, se desbordó en él. Y por muchos, muchos días, tantos que hasta se perdió la cuenta, en aquel bosque encantado todo era luz y poesía y danza y canto y risas y…y amor; era tanto que el aire comenzó a tornarse extraño y era que se había contaminado con todo el amor que esta diosa expulsada del Olimpo le prodigaba a este príncipe de un reino olvidado cuya princesa le había abandonado; el amor lo llenaba y transformaba todo y a todos: a los seres del bosque, a las Horas, a las Gracias, a las musas que inspiraban con más deseos a músicos y poetas; a Dionisios y Apolo por fin reconciliados; a los demás dioses del Olimpo que se arrepentían de no tenerla allí con ellos…

Sin embargo todo esto no fue suficiente para él; su corazón, su alma no estaban por completo en el bosque encantado y un mal día en que salió a dar una vuelta por los alrededores, vio a una mujer en un bosque cualquiera, una mortal, común y corriente…y quiso quedarse con ella, experimentar esta nueva aventura…se había hastiado de la fiesta eterna que la diosa le ofrecía, de la ambrosía y los vinos dulces, de los aceites perfumados, de la atmósfera donde sólo se respiraba amor; así que no pudo más, con dolor y lágrimas en los ojos se despidió de la diosa, le agradeció desde su corazón por toda la felicidad y alegría de aquellos días y se marchó, partió al otro bosque, al bosque cualquiera.

Desde aquel día en el bosque encantado la luz se apagó, la fiesta se terminó; la diosa llena de tristeza, con el corazón y el alma rotos, echó a todos de su bosque encantado, a Dionisios, a Apolo, a Erato, Terpsícore y Euterpe, a Talía, Eufrosine y Áglae, a Carpo, Auxo y Talo; el aire del bosque encantado, antes lleno de dulzura y perfumes, se tornó pesado, producía una intensa melancolía y llenaba de tristeza el corazón de quienes lo respirasen; los demás dioses del Olimpo se sintieron tristes y todos juntos lloraron por ella y su amor perdido.

Los habitantes de los bosques vecinos y viajeros que por allí han pasado, cuentan que, algunas veces en el bosque encantado han vuelto a escucharse risas y música y se ve luz brillar en él, aunque ya no de la misma manera que antes; pero ocurre muy raramente, sólo durante algunas tardes o noches; breves instantes que tienen lugar, porque el príncipe viene a visitarla, a menguar un poco su dolor. Pero el bosque encantado nunca ha vuelto a ser el mismo, aquel aire lleno de alegría y amor ha huido para siempre porque la diosa ya no es feliz.

Y los dioses del Olimpo, y las Horas, y las Gracias y las Musas y todos los seres de los reinos olvidados lloran por ella.




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